Text for Desplega Visions by Quim Bigas

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ARCHIVO CUERPO, SELECTIVO Y SENSITIVO

Hablar del trabajo de Quim en torno al archivo es hablar de tiempo y espacio, de derivas y desplazamientos, de serendipia y de archivo latente. Su práctica artística en torno a la gestión documental y a la activación de archivos tiene algo de bastarda y apunta a maneras de hacer propia de los archivos disidentes, desplazados, cargados de subjetividad, contradicciones y narrativas múltiples. 

Hablar sobre Desplaçament variable es hablar sobre el impulso archivístico, a veces frustrado, sobre los conflictos de memoria e historia, sobre el cuerpo como archivo, el cuerpo escrito, sobre el archivo inútil de papel mojado. Y en este giro epistemológico que supone pasar de lo institucional y supuestamente objetivo a un archivo subjetivo e imperfecto, lo más coherente parece hablar en primera persona y dejarse de infinitivos distanciadores.

En este rumiar sobre el trabajo de Quim desde lo personal, la imagen que me aparece con insistencia es la del “archivo” tatuado en el cuerpo, esta captura de una publicación de Instagram de un ilustrador, artista y tatuador surcoreano llamado chung_beer que hace tatuajes de estilo ignorante. El día que descubrí esta imagen, y por ende el tatuaje, me reproché no haber tenido yo misma la idea y haberla llevado a cabo sobre mi cuerpo. La palabra archivo tatuada en el pecho: porque es al fin y al cabo un archivo este cuerpo que habitamos cada una de nosotras, esta colección de registros generados en el desarrollo de nuestras actividades, evidencia y documento de nuestras funciones y (ir)responsabilidades.

En los últimos cinco años el cuerpo que habito ha registrado los vaivenes físicos y emocionales de la maternidad, la pérdida gestacional y sus sinsabores y un proceso de medicalización reproductiva extrema. La última etapa de este proceso ha coincidido con esta sempiterna emergencia mundial provocada por la pandemia, con el miedo a la enfermedad y con la abrupta toma de conciencia de la ubicación en el espacio de mi cuerpo —valga la redundancia— físico: exactamente a diez mil kilómetros de mi familia y amigos. Digamos que en los últimos cinco años he adquirido una relación diferente con mi cuerpo y que en la crisis de identidad que suele acompañar al desplazamiento del centro que se opera en la el acto de gestar, dar a luz y criar a otro ser humano, resuena con fuerza el cuestionamiento de la profesión de una, del sentido del tiempo y de la energía dedicada a una disciplina, cuando tiempo y energía están en peligro de extinción. Se intuye en este proceso la falta de satisfacción con una misma y con su trabajo. No he parado de preguntarme en todo este tiempo sobre el sentido y la relevancia de hacer teoría y praxis en torno a las políticas, economías y tecnologías del archivo en el ámbito de las prácticas artísticas y sobre desde qué perspectiva hacerlo.

La pérdida de control de mi propio cuerpo, o más bien la toma de conciencia sobre la ausencia de control de cualquier cuerpo —a pesar de los múltiples intentos de medicalización y explotación de cuerpos por parte del capitalismo patriarcal reproductivo, por un lado, y de nuestra naturaleza biológica, por el otro— me ha abocado a pensar en un archivo somático. El cuerpo como archivo que es acción, evento, proceso, no un receptáculo pasivo, un ejemplo de archivo de distribución radical que conserva el conocimiento a través de su uso y que se sabe caduco y condenado al deterioro y a la desaparición. Este caso nos ayuda a diferenciar el archivo como institución del archivo como experiencia, utilizando la misma distinción en dos categorías divergentes que aplica Adrienne Rich a la maternidad. El cuerpo como archivo incompleto, imperfecto, distorsionado, en el que coexisten narrativas múltiples e incluso a veces contradictorias. 

El cuerpo también nos sirve para interrogar la compleja relación entre memoria, archivo e historia, si nos fijamos en el sistema nervioso y aceptamos que éste regula el resto de sistemas, y que se extiende por todo el cuerpo y comprende fenómenos que van más allá de la mente racional. Por un lado opera esa memoria explícita, las cosas que recordamos y somos capaces de enunciar desde lo cognitivo. Al mismo tiempo y con igual relevancia aparece la memoria implícita, las huellas inscritas en nuestro inconsciente y en nuestro cuerpo. Aunque la memoria cognitiva tiene más prestigio y a primeras pueda ser considerada más cercana a aquello que pasa a formar parte de la historia, podemos decir que ésta es menos fiable que las huellas en nuestro cuerpo y en nuestro inconsciente. Una aproximación no neurocentrista a la memoria nos permite reconocer la inteligencia profunda, orgánica y fundacional de nuestro cuerpo, y la relevancia de las marcas, los registros en nuestro sistema nervioso extendido a través de todo el cuerpo, los llamados traumas y las heridas, pero también las huellas del disfrute y los placeres.

Nos alejamos con este posicionamiento del archivo como autoridad normalizadora, como espacio higenizado y monumento, sometido a procesos burocráticos y técnicos que delimitan lo que es significativo y relevante. Esta aproximación al archivo cuerpo nos ayuda a cuestionar el modelo organizativo de la institución archivo y a evidenciar cómo las convenciones en las que se basan sus prácticas condicionan la manera en la que se construye la memoria y el conocimiento. El archivo cuerpo es un espacio político, el de la recuperación de lo físico frente a la utopía (o distopía) de la digitalización. El cuerpo como práctica de memoria alternativa y subjetiva, como resto arqueológico en constante mutación, como compost de memoria, como archivo fugaz y detrito. Por mucho que nos empeñemos en tatuar etiquetas en su piel.